lunes, 13 de marzo de 2017

El nombre de la rosa

Hace unas semanas tuvimos una reunión en el colegio de los niños. La intención era instruirnos a los padres sobre la metodología que siguen en el proceso lecto-escritor.

Una de las peculiaridades del método, radica en que no le enseñan a los niños el nombre de las letras sino directamente el fonema. Por ejemplo, a la «s» (ese) le llaman /s/, y así a todas las letras.[1]

Tras la introducción por la coordinadora de lengua castellana, una madre preguntó. Pero, ¿por qué hacerlo así? Mi hija ya sabe los nombres de las letras. Ahora se va a frustrar.

Primero que todo, no creo que a nadie le venga mal aprender más de una cosa y especialmente los niños con lo plásticos que son. Por otro lado, la respuesta que dio la maestra era convincente en un sentido muy práctico. Porque así aprenden a leer, formando sílabas con otras letras que también conocen sus sonidos y luego pegan sílabas para formar palabras. De una manera natural y sin que sea necesario conocer el nombre de las letras. Eso lo aprenden más adelante.

A mí me gustaría añadir, que saber el nombre de algo no equivale a conocer algo sobre eso. De nada sirve saber el nombre de la letra, sino se sabe para qué sirve.

No podía dejar esta oportunidad para traer de vuelta a la vida a dos grandes de la humanidad. Por un lado, tenemos una de esas perlas que nos dejó Shakespeare en Romeo y Julieta.

What’s in a name? That which we call a rose by any other name would smell as sweet.

Que podría traducirse así como

¿Qué hay en un nombre? Eso que llamamos rosa tendría la misma fragancia con cualquier otro nombre.

Así habla Julieta para conjurar el único obstáculo que se impone a su unión: el de un mero nombre, Montesco.

Pero también quiero evocar a Richard Feynman y su relato sobre el nombre de las cosas

You can know the name of a bird in all the languages of the world, but when you’re finished, you’ll know absolutely nothing whatever about the bird… So let’s look at the bird and see what it’s doing – that’s what counts. I learned very early the difference between knowing the name of something and knowing something.

Saber el nombre de una cosa no equivale a saber algo sobre eso. Y me siento a gusto con que mis hijos asimilen eso desde tan temprana edad. Muchas veces en la vida, nos encontramos con personas que saben el nombre de muchas cosas, sin saber realmente lo que significan.


  1. Por supuesto, hay excepciones, pero esas son para más adelante.  ↩